“But Paris was a very old city and we were young and nothing was simple there, not even poverty, nor sudden money, nor the moonlight, nor right and wrong nor the breathing of someone who lay beside you in the moonlight.”

E. Hemingway.
"París era una fiesta"


Tuesday 10 August 2010

Caridad, al menos.

En la última semana las noticias sobre las incesantes lluvias en Pakistán han, nunca mejor dicho, inundado los medios de comunicación. La cifra de muertos aumenta, los daños materiales son enormes, los sobrevivientes claman ayuda inmediata. Se calcula que en su totalidad es un desastre tres veces mayor que el terremoto que asolara Haití a principios de año.
 Sin embargo, la respuesta en forma de ayuda humanitaria que están recibiendo no es ni de lejos comparable a la que recibió y sigue recibiendo Haití. Organizaciones como Médicos Sin Fronteras y Cruz Roja desesperan, envian llamado tras llamado tratando de despertar la empatía de la gente, que al parecer no acaba de manifestarse.

Cuando las primeras imagenes de Puerto Príncipe en ruinas comenzaron a llegarnos la movilización  fue inmediata. Internet, la televisión, la radio, la prensa, todo se llenó del desastre y sus víctimas. El mensaje llegó fuerte y claro a los que podíamos hacer algo para ayudarlos, y lo hicimos. No sólo donamos a nivel personal, sino que exortamos  a nuestros amigos y colegas a hacer lo mismo: la solidaridad cobró forma y función, otra vez.

Ahora, sin embargo, nos hacemos de rogar. No logramos identificarnos con los pakistaníes y sus angustias, su dolor no nos llega.
Será una cuestión política, me pregunto. Religiosa? Ambas? Estamos tan saturados, tan hartos de su actitud hostil y su estrechés de pensamiento, su intolerancia, su falta de voluntad para comprender y aceptar  a los que no comparten sus ideas, que hemos dejado de considerarlos dignos de nuestra ayuda?
 Si es así, es comprensible. Injusto, pero comprensible. Es difícil disasociar eventos y personas. Hace solo unas semanas salió la noticia sobre la red terrorista con base en Pakistán que operaba en Oslo. Los planes de ataque estaban ahí, y el blanco era la ciudad de todos. No es extraño que reaccionemos con un encogimiento de hombros cuando nos dicen que necesitan de nosotros. Si se las arreglan solos para matarnos también pueden hacerlo en la desgracia.

Lastimosamente, los miles y miles de infelices que ahora esperan sobre los techos de sus casasa semi derrumbadas, sobre los árboles, hacinados en los pocos edificios que aún se mantienen en pié tienen muy poco que ver con el terrorismo y sus ejecutores.Su cotidianeidad es tan dura que les deja apenas el tiempo suficiente para respirar.  Son gente pobre, simple, seguramente buena, que ha visto como el agua arrastra lo poco que han logrado construir y atesorar en la vida, incluidos muchos de sus seres queridos. No es justo que paguen por los pecados de aquellos a quienes no les importa la vida, ajena o propia.

Ojalá seamos capaces de olvidar nuestros prejuicios, bien o mal fundados, y pongamos a la disposición de ésta pobre gente el bolsillo y la buena voluntad.

1 comment:

  1. Bien dicho, Vane! Siempre pagan los infelices. Lamentablemente, esta regla no tien excepciones.

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¡Habla, pueblo de Aura!